Cuarto de invitados
Eliseo Parra, músico
“El himno nacional de España debería ser una jota”
Por Esther Peñas
01/09/2013
Imágenes: Jorge Villa
Eliseo Parra (Sardón del Duero, provincia de Valladolid, 1949) es uno de los folcloristas más reputados en el ámbito internacional. Todo en él huele a música y sus formas se enfundan de ritmos otros, distintos. Desde hace dos años vive en pleno campo, en la sierra segoviana, que afila hasta las faltriqueras del traje regio que se calza cuando toca. Contento, sereno, parece mentira recordar que él, que hace percusión con cucharas, sartenes y botellas, viniera del mundo del rock. Todavía resuena su último trabajo ‘Canciones tradicionales riojanas’.
Cuando caza una melodía, ¿dónde coloca el punto de equilibrio entre el alma primigenia del tema y su aportación, de modo que se respete la esencia y se impregne la huella de uno?
Lo que hago se parece a lo que leí que hacía Felipe Pedrell, el gran musicólogo, dejarme imbuir por el alma de la canción para armonizarla; con la práctica, dejo que la canción me diga lo que quiere porque, por más maneras que intentes, sólo funciona la correcta. Parto de la melodía y la voy vistiendo.
¿Y qué tiene que tener una melodía para que decida trabajarla, vestirla?
La propia melodía, el texto, el ritmo… soy más músico que letrista, así que me seduce sobre todo la melodía; que se te quede en la cabeza y que te ronde una y otra vez hasta averiguar qué pide.
¿Cómo es posible que canciones como las que usted recrea, que tienen lustros, incluso centurias, suenen más frescas y lozanas que muchas de las que se pinchan en las radio fórmulas?
Trato con música de altísimo nivel, que nada tiene que ver con la que se hace hoy en día. No creo que haya compositores que superen la calidad que tienen los textos y las melodías de la música lírica tradicional. No hay color con lo que se vende ahora, la misma canción cantada por mil cantantes; Stravinski, en su ‘Poética musical’, aseguró que lo que no es música tradicional es plagio. Tengo la suerte de trabajar con melodías rodadas y pulidas de boca en boca durante años y años, de manera que lo que nos llega es imposible de superar porque está perfecta, es la esencia misma de la canción.
¿Le entra la risa floja cuando escucha que a determinadas composiciones las tildan de ‘fusión’?
La gente se cree que fusión es coger cualquier canción y hacerla por flamenquito, y no; la fusión se produce a base de generaciones tratando el mismo género, hasta que se consigue esa simbiosis; pero bueno, el mestizaje es delicioso, aunque ellos no sepan de qué hablan cuando hablan de él.
¿Qué nos enseña la tradición?
A mí tanto, tanto, tanto… me enseña a conocerme a mí mismo, a saber de dónde vengo para saber quién soy; he hecho trabajo de campo durante doce años, no sólo con las melodías, sino metiéndome en las casas de las gentes que me abrían generosamente su cabeza, su memoria, sus recuerdos… gracias a ellos sé cómo era la vida antes, y con ese contexto entiendes la canción y su naturaleza, porqué se cantaba, cuándo y quién; al final es lo que más me interesa, lo que más me conmueve, más que la canción en sí, las vidas, las maneras de vivir, tan ajenas al modo de hacerlo ahora, esa vida experimentada durante siglos, que funcionaba, con sus errores, su machismo, etc. Sin embargo, esta nueva manera de vivir… llevamos dos días con ella y sólo crea depresiones, enfermedades… no sabemos a dónde vamos, qué queremos… no se puede volver a lo de antes, es imposible, pero la tradición me ha enseñado cómo es mi pueblo… Mira que es extraño, me desespera mi país pero cuando voy por el mundo lo echo de menos. Es una desgracia, pero no puedo evitarlo.
España ¿qué tal trata a sus mayores?
Mal. Muy mal. Eso lo he sufrido, porque a mi padre lo tuve que llevar a una residencia. Hemos pasado de que vivieran varias generaciones juntas en una casa a que, en un determinado momento vital, a los mayores les metamos en una residencia. Yo voy a residencias a cantarles porque les da una alegría grande. Ninguno quiere estar allí, se dan cuenta, lo entienden, que si su hijo tiene mucho trabajo, que si su hija vive lejos, pero no están a gusto. Los estamos tratando mal, los damos de lado; las nuevas generaciones se han convertido en los maestros, al revés que antes, que todo el mundo hacía caso al mayor, que era el que tenía la experiencia de vida. Hemos errado, estamos errando mucho el camino, olvidando los valores fijos que acompañan al hombre desde que lo es: el amor, la solidaridad, la amistad… ahora uno se cree que tener un coche o una televisión es lo mejor que le puede ocurrir. La gente está muy perdida, cada vez más, y este sistema nos trata mal, peor. Me salgo de tu pregunta pero creo que habrá que ir viviendo al margen del sistema.
¿Es posible?
Más o menos. Tal vez salirse del todo no, pero sí obviarlo, vivir al margen, en cierto sentido. La solución está en nuestras manos, pero hay mucho miedo, tiene que llegar ese momento en el que Ghandi echó a los ingleses sin derramamiento de sangre (con algunos matices), porque esto no puede durar mucho más, todo es injusto, corrupto, son nuestros enemigos.
¿Quiénes?
El gobierno, la oposición, la monarquía, la banca, la iglesia… el poder. El poder siempre ha sido el enemigo del pueblo. Nadie se puede vivir al margen, por completo, del sistema pero sí vivir sin dejarse arrastrar por él. Yo no veo la tele, ni leo la prensa, ni escucho los medios de comunicación; vengo cada martes a Madrid, y en un ratito ya me pongo al día. Soy mucho más feliz así, y no soy un inconsciente.
Pero, si todo está en nuestras manos, ¿cómo es posible que hayamos permitimos semejante degradación ética?
Porque el sistema es muy inteligente, y crea obligaciones y compromisos ficticios, y deudas, que te encarcelan, así dispone de sujetos con miedo, que no rechistan por si pierden lo poco que tienen. De todos modos, España es diferente. En cualquier otro país europeo habría habido una concatenación de dimisiones, una limpieza generalizada, pero España… es distinto. Aquí el corrupto se asegura más votos en las siguientes elecciones. Ya lo hemos vivido.
¿Estas cosas las dice porque es incorrecto de espíritu, porque no tiene pelos en la lengua o porque es un temerario?
Es que alguien tiene que decirlas, si los Victor Manuel, Ana Belén o Sabina de turno callan porque se han acomodado al sistema, seremos nosotros los que alcemos la voz. Es una pena, porque la gente hace mucho caso a los famosos, y si lo dijeran ellos la repercusión sería mayor, pero no es cuestión de obligar a nadie a hacer lo que no sale de ellos.
¿Estamos a tiempo de enmendar la situación?
Siempre hay tiempo, cuando haya suficiente gente que no pueda más, la cosa se dará la vuelta y ya estará hecho; cuando nos demos cuenta de que esto no puede seguir así todo cambiará sin necesidad de hacer nada en concreto, porque la gente reaccionará. Creo que la clave está en volver a ser una sociedad rural porque vives más cerca de las personas y de la naturaleza. ¡Cómo hemos podido dar la espalda a la naturaleza, con lo que enseña y lo que nos cura! Si la naturaleza es todo el tiempo dar, y dar, y nosotros ‘todo mío’, ‘todo mío’… si cuanto más tienes, peor…
¿Parte de la debacle actual se debe a que la música ha perdido esa función casi telúrica de lenguaje común con la naturaleza, por un lado, y con el hombre, por otro?
Sí, forma parte de la pérdida de horizonte que tiene el personal. Sin música no se puede vivir, el cuerpo la necesita, la mente también… lo demuestran las primeras civilizaciones, tan preocupadas, como los griegos, por la enseñanza de la música, el canto y el baile. La música cura y alimenta el espíritu, el intelecto, calma… hay que saber lo que es es música y lo que es comercio. Aunque todo tiene su edad: a los 18 años yo también quise ruido, rock&roll, quemar toda mi energía… Antiguamente había que hacerse la música uno mismo y se cantaba para todo, incluso había danzas y cantos para los niños que morían, como la ‘Danza del velatorio’ valenciana.
¿Para que te guste el folclore se requiere un punto nostálgico?
No. Yo nunca he sido nostálgico, ni creo que lo sea la gente que viene a verme. Casi todos los que no saben muy bien qué es eso del folclore y terminan en uno de mis conciertos salen encantados, pero no porque sean noltálgicos, no creo que se trate de eso, sino que descubren algo hermosísimo. Entiendo que la señora tocando la sartén es duro, aunque a mí es lo que más me gusta, pero se descubre en el folclore la propia identidad. Y, además, uno disfruta cantado, goza, no como los cantantes de hora que te ponen una cara de sufrimiento que dan ganas de pedirles que paren de inmediato... bueno, cada cual representa un papel… cada cual hace lo que puede…
Ahora que cita a la mujer con la sartén, recuerdo en un concierto, hace años, en el Café Central, en el que uno de sus músicos sacó una valla, de esas amarillas de las obras…
Me he ido quitando supersticiones, tabús, fetiches, porque me roban tiempo; hay que ir a lo esencial, y lo esencial está siempre en lo más sencillo. Antiguamente, la gente tocaba con la sartén porque no tenía dinero para comprar un instrumento musical, pero la sartén hacía música. Fíjate tú las melodías que salen de los almireces, de los platos, de las botellas… cantar les parecía poco y hacían ritmo con lo que tenían más a mano. Y cuando Xabi, el músico al que te refieres, me propuso utilizar la valla no dudé ni un instante de que funcionaría.
Utilizando el nombre de una bellísima composición zamorana, ¿dónde está la llave de la alegría?
En uno mismo, todo está en nosotros, nuestro mayor enemigo somos nosotros y la felicidad reside dentro de cada cual; el cielo y el infierno también residen en nosotros.
Eso escribió el místico Ángelus Silesius…
Sí, es que todos formamos parte de una consciencia cósmica en la que estamos implicados los hombres, los animales, las plantas… la clave está en saber canalizar la energía que lleva cada cual.
¿Qué retos encara Eliseo Parra a medio-largo plazo?
Conocerme más y mejor, ser lo más profesional que pueda, cantar mejor, tocar mejor, hacer mejores canciones… Seguir respetando la música, en definitiva.
Hace poco participó en el primer festival de folk de Madrid, en pleno agosto. ¡Eso sí que es desmarcarse del sistema!
Sobre todo por haberlo hecho en Madrid, que es la comunidad que menos caso hace al folclore. En eso, Madrid no deja de ser un poblachón manchego. He vivido 20 años en Barcelona y, sin entrar en honduras, es una gran ciudad, mientras que Madrid es un gran pueblo.
Una villa, en realidad…
¡Pero si es que no tiene ni una sola escuela de música tradicional, con la riqueza que existe en España! Cada vez que salgo por el mundo se quedan asombrados de nuestra música, de su variedad, de su calidad… Pero Madrid refiere enseñar rock&roll antes que nuestro patrimonio inmaterial, como lo llaman los cursis. Por eso estoy a favor de la iniciativa privada, porque eso de que la cultura esté en manos de los políticos es lo peor que le puede pasar.
Para no terminar en amargo sostenido. Si tuvieras que definir su estado anímico qué sería, ¿una seguiriya, una ronda, una jota..?
¡Jajaja, me encanta! Una seguiriya. Sí, porque todavía tengo mucho que hacer, y la seguiriya tiene mucha vida… Aunque la jota… el himno nacional de España debería ser una jota porque a todo el mundo le alegra la vida. Aunque la seguiriya es mucho más antigua, se tiene noticias de ella ya en el siglo XVI. Por aquel entonces, estaba muy de moda.